Carlos II de España | |
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Rey de España, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, Duque de Milán, Soberano de los Países Bajos y conde de Borgoña[1] | |
Retrato del lienzo Carlos II, con armadura, por Juan Carreño de Miranda (c. 1681). Óleo sobre lienzo, 232 cm x 125,00 cm Museo de El Greco (Toledo). | |
Reinado | 17 de septiembre de 1665 – 1 de noviembre de 1700 |
Nacimiento | 6 de noviembre de 1661 Madrid, España |
Fallecimiento | 1 de noviembre de 1700 (38 años) Madrid, España |
Entierro | Cripta Real del Monasterio de El Escorial |
Predecesor | Felipe IV |
Regente | Mariana de Austria (1665–1675) |
Sucesor | Felipe V |
Consorte | |
Casa Real | Casa de Austria |
Padre | Felipe IV |
Madre | Mariana de Austria |
El valimiento de Juan Everardo Nithard
La muerte de Felipe IV y la asunción de la regencia por parte de Mariana de Austria hicieron que ésta se sintiese de repente sola en medio de la vorágine de acontecimientos que se sucedieron tras el fallecimiento de su marido. Centro de las miradas, blanco de las exaltaciones y de las críticas, la reina viuda requirió el apoyo de su fiel confesor, el padre jesuita Juan Everardo Nithard, que la había acompañado en 1649 a Madrid desde la corte de Viena, y no sólo en su vertiente espiritual, sino en la controvertida vertiente política.Así, el padre Nithard llegó a copar puestos de gran relevancia en la monarquía, actuando como un verdadero "valido" al ser casi la única persona en la que la reina regente depositó su plena confianza. Nithard logró recabar con su ascenso un gran número de odios tanto en los círculos políticos como en los religiosos; y es que el padre jesuita no sólo entró a formar parte del Consejo de Estado en enero de 1666 sino que también alcanzó el puesto de Inquisidor General, la cúspide de la gran institución eclesiástica de la monarquía. El encumbramiento del jesuita a tal dignidad jurídico-religiosa no fue en absoluto fácil, la reina puso en juego todos los recursos que tuvo a su alcance para conseguir tal cargo para su confesor. En primer lugar consiguió que el Inquisidor General en funciones, el arzobispo de Toledo, don Pascual de Aragón, renunciara a su puesto y se retirara a su arzobispado, dejando a la vez su puesto en la Junta de regencia en la que según el testamento de Felipe IV debía estar el Inquisidor General.
El segundo paso era el de naturalizar al padre jesuita pues un extranjero no podía alcanzar el puesto de Inquisidor General, para lo cual tuvo que ganarse el apoyo de las ciudades castellanas con voto en cortes. En tercer y último lugar, fue necesaria una aprobación papal ya que Nithard, como padre jesuita y, por tanto, debido a las reglas de su compañía no podía aceptar cargo alguno sin el consentimiento del Sumo Pontífice. La reina no dudó entonces en dirigirse al Papa Alejandro VII para solicitar vehementemente su aprobación del puesto inquisitorial para su confesor.
El papa eximió a Nithard de su voto jesuítico que le impedía ejercer cargos políticos, en la bula promulgada el 15 de octubre de 1666; con este último acto el padre jesuita obtuvo el cargo de Inquisidor General que instantáneamente lo convirtió en miembro de la Junta de Regencia.
La nobleza rechazó desde un principio el encumbramiento de Nithard, al que consideraron un advenedizo carente de los merecimientos que ostentaba; y los dominicos, orden opuesta a los jesuitas, se sintieron heridos en su orgullo al observar como un jesuita les arrebataba la primacía del confesionario real, así como el gran puesto inquisitorial.
Por tanto, la coyuntura política de un momento en el cual el ministro-favorito estaba en decadencia, la baja condición del elegido, la orden a la cual pertenecía, sus muestras de ambición poco acordes con su condición jesuítica y su cercanía a una reina que era mujer, fueron las premisas determinantes de las numerosas críticas que Nithard recibió durante su valimiento.
No obstante, Nithard no tuvo tanta influencia política como se ha pensado,[4] de hecho despertaron más oposición las circunstancias de su encumbramiento o su condición de jesuita extranjero de baja estirpe y el favoritismo que la reina mostró hacia su persona, que su verdadera gestión al frente de la Monarquía. Nithard se hizo odioso porque taponó las vías de acceso a la reina, hecho del que tampoco fue totalmente responsable, pues Mariana de Austria mostraba suma desconfianza hacia la gran nobleza española y hacia don Juan José de Austria, el máximo enemigo del confesor. El papel de Nithard como político y aún como la más alta autoridad religiosa de la Monarquía fue más bien mediocre, siendo su verdadera influencia difícil de calibrar. Parece que favoreció la inserción de determinados personajes en la Junta de ministros, fue el ideador de la Guardia Chamberga, etc, pero sus votos en el Consejo de Estado, de carácter más teológico que político, no siempre fueron atendidos.
Por otra parte, Nithard tampoco supo procurarse una red de poder que lo mantuviera en su valimiento, muy al contrario en los tres años en los que disfrutó de la cercanía de la reina, fue ganando enemigos hasta que fue expulsado con la esperanza de que su lejanía calmara la tormentosa situación política.